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EL ANFITRIÓN SE IMPUSO EN EL PRIMER PARTIDO CON POLÉMICA ARBITRAL

Brasil estrena el Mundial de fútbol con infraestructuras a medias y fuertes medidas de seguridad

 (Foto: Efe)
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(Foto: Efe)

El gigante lationamericano afronta el regreso del Mundial a su territorio -con el Maracanazo del 50 como último precedente- inmerso en un contexto social y futbolístico que arrincona la alegría que otrora actuara como elemento de identidad nacional y dogma deportivo. Dilma Rousseff y Luiz Felipe Scolari comandan a sus equipos hacia un escenario incierto en el que sobresale la seguridad en pos de la victoria. España pugna en favoritismo con Alemania, Argentina, el cansancio y las condiciones que los anfitriones dispongan dentro y fuera del campo.

Paulo Coelho de Souza, Edson Arantes do Nascimento, Pelé, y Romario da Souza Faria representan con imponderable magnitud dos de los elementos centrales que entroncan en el abastecimiento de nexos que ligan el sentimiento de identidad nacional del Brasil del último puñado de décadas del pasado siglo: cultura y fútbol. Valgan sus destacadas figuras dentro de la sociedad carioca para degustar el relato coherentemente esquizofrénico que se ha desarrollado en la población de la nación-continente que acoge, desde este jueves, 12 de junio, el Mundial que atraerá las miradas de todo el planeta. Un resbaladizo terreno, con más incertidumbre que certezas en torno al éxito de la coalición gobierno-FIFA designada en 2007, sobre el que se desenvolverán las esperanzas de las mejores selecciones nacionales del balompié internacional, con España y su estilo estético, una vez más y para regocijo del aficionado, en el rol de favorito. Con la intención de percibir el collage de sensaciones que se asoman al balcón de este Mundial de incómoda digestión para el anfitrión, se antoja necesario regresar al 30 de octubre de 2007.

El autor de El Alquimista y Chevalier de L'Ordre National de La Legion d'Honneur de la República Francesa formaba entonces parte de la comitiva, encabezada por el mandatario Luiz Inacio Lula da Silva, que acogió con vítores de arribo a la tierra prometida la buena nueva, el dulce idílico para sus compatriotas: Blatter anunciaba que la FIFA había elegido “de manera unánime” a Brasil para organizar el campeonato del presente año. El fútbol regresaba a su cuna romántica, al territorio donde, de forma tradicional, se ha construido su imagen más bella, donde se ha tratado a este deporte como si solo se pudiera concebir sobre un lecho de terciopelo. Allí, en el salón de actos de la pomposa sede de la organización que gobierna el balompié global sita en Zurich, Coelho y Romario comprobaban, con euforia, como sus proporciones anatómicas no conseguían contener la alegría. Una sensación extrapolable a la energía que emanaban las calles de las faraónicas urbes principales de su patria. "He visto gente hablando durante cinco horas de un partido de futbol, pero, nunca vi gente hablando durante cinco horas de una relación sexual. Eso quiere decir que la emoción del futbol dura más tiempo... No digo que sea mejor, sólo que dura más...", consiguió argumentar el literato tras encauzar, con dificultad, el flujo de emociones tras tocar con sus manos el trofeo áureo.

Ahora, con las trazadas urbanas de Sao Paulo -que centralizó la fiesta por la designación hace casi siete años en su céntrico Teatro Municipal ante la perspectiva de ser sede del partido inaugural de un Mundial para la historia brasileña- salpicadas, a borbotones, de protestas y un escepticismo ciudadano que niega el usual protagonismo de la polución en el ambiente que se respira en la megalópolis, Coelho verbaliza su abandono del proyecto mundialista, vacío ya de optimismo poético-deportivo: “Aunque tenga las entradas, no iré. No puedo estar dentro de un estadio sabiendo lo que sucede fuera con los hospitales, educación y todo lo que el clientelismo que ha provocado".

O´Rei Pelé, indiscutido tótem icónico doméstico, que coqueteó con asumir un rol destacado en la imagen de la organización brasileña, denunció en plena explosión de las multitudinarias manifestaciones que sorprendieron durante la Copa Confederaciones que “los brasileños confunden las cosas. Estamos preparando la Copa del Mundo. Vamos a apoyar a la selección nacional. Es nuestro país, es nuestra sangre. Vamos a poner fin a la confusión que reina en Brasil” -una percepción que conecta con el consejo que la heredera y nieta de Joao Arvelange, rector de la Fifa antecesor de Blatter, apartado por corrupción, dedicó a sus conciudadanos en mayo: “Lo que yo más quiero es que quien llegue (a Brasil) quiera volver, quiero ver un Brasil lindo. No voy a hinchar contra (la Copa del Mundo), porque lo que tenía que ser gastado, robado, ya fue”-. Meses más tarde, el virtuoso delantero que conquistó dos de los seis Mundiales que lucen en la historia carioca, confesaba que "es inaceptable que algunos estadios no estén terminados, porque tuvimos muchos años para trabajar, un tiempo más que suficiente. Es una vergüenza". Para concluir su reflexión expresada en mayo, el mejor “10” que haya conocido este deporte -con permiso de su antagonista argentino- subrayaba que espera “con ilusión los partidos, pero comprendo lo que ocurre y me preocupa, me frustra, y puedo comprender a la gente y les doy mi apoyo”.

Pelé cuando está callado es un poeta”. Así agasajó Romario, emblema de la candidatura ganadora en 2007, a O´Rei tras hacer pública su percepción sobre las protestas en la pasada Confecup. El delantero con mayor veneno en las cercanías del área rival que contempló el Camp Nou hasta el advenimiento de “La Pulga” es, en la actualidad y desde 2011, diputado federal en la Cámara de Rio de Janeiro por el Partido Socialista Brasileño y azote del gasto público empleado por el Gobierno en la construcción de las instalaciones exigidas por la Fifa (el presupuesto oficial planteado en el inicio del proceso rondaba los 5.400 millones de reales/1.700 millones de euros y ya ha sobrepasado los 8.000 millones de reales/2.500 millones de euros, una cifra que supone un esfuerzo superior al implementado en la suma de los gastos de los Mundiales de Alemania y Sudáfrica). Alejado hasta el extremo del integrante de la candidatura que trabajó, codo a codo con Coelho por el sí de Blatter a su país, Romarioaseguró a El Imparcial en una entrevista que su malestar se cimenta en que “las obras estructurales y de movilidad que estaban proyectadas y constituirían un gran legado para el pueblo se han abandonado, además se estima que más de 170.000 personas han de ser desplazadas de sus casas antes de 2016, año de las Olimpiadas de Rio, lo que genera graves problemas sociales”. Romario destacó en dicha charla que la Fifa “derribó leyes aprobadas en favor de la seguridad, como la prohibición de vender bebidas alcohólicas en los estadios y provoca que el Mundial sea para los turistas extranjeros y los aficionados de las clases privilegiadas por el precio de las entradas impuesto”, poniendo de relieve que “el despilfarro no permite pensar en mejorar la cualificación de las personas ni trabajar para mejorar los servicios de sanidad o educación, solo podemos denunciar la contratación de urgencia, sin permisos legales, que se ha efectuado para la Copa por culpa de los atrasos en los estadios”.

De este modo afronta la cuna del fútbol su Mundial, con un debate enconado en torno al dilema fútbol-necesidades sociales, inmerso en una suerte de pugna entre el raciocinio y las pulsiones que gobiernan la bilis. Con Blatter combinando con finura de orfebre los mensajes críticos con las autoridades brasileñas -en Confederaciones dejó caer que “si estas condiciones vuelven a suceder (protestas en las calles e improvisación en lo relativo a infraestructuras y seguridad) tendremos que preguntarnos si tomamos una decisión equivocada al otorgar la sede a Brasil”, deslizando con puntiagudas filtraciones que América del Norte sería la alternativa de última hora- con loas en pro de la paz social. “El fútbol cambió desde el Mundial que organizó Brasil en 1950 y Brasil es ahora una potencia económica en el escenario mundial y tiene mucho para ofrecerle al mundo”, apuntó el mandatario este martes en el Congreso de la Fifa celebrado en Sao Paulo, la capital paulista que amanece colapsada por atascos históricos consiguientes a la huelga de Metro que conecta con las variadas protestas que dibujan un paisaje donde no ondean las banderas de celebración por el evento a albergar. Joseph, que cumplirá, como viene haciendo con excelsa regularidad, su dogma de superar en Brasil los ingresos para su organización conseguidos por el Mundial anterior, se lamentó por no poder gozar de la compañía de Dilma Roussef, un cuadro -sirva este sustantivo como adjetivo en esta ocasión- que presumiblemente se repetirá en el palco del Itaquerão este jueves, en el Brasil-Croacia que inaugurará la polémica fiesta del fútbol de 2014.Dilma hará historia para no provocar pitadas o revoltijos entre manifestantes y fuerzas de seguridad en el entorno del remozado coliseo. O quizá porque hay elecciones en otoño. Al tiempo, el ministro de Minas y Energía, Edison Lobão, aseguraba que aunque “las obras del sector eléctrico relacionadas con el Mundial que todavía están sin terminar en las 12 ciudades sede, los estadios donde se jugarán los partidos tienen un abastecimiento suficiente de electricidad”.

Como si de un lineamiento inexorable se tratara, la mueca alejada a la sonrisa que refleja la sociedad brasileña parece trasladarse al plano deportivo. El ampliamente debatido calendario comprimido que exige la multinacional del fútbol a las temporadas previas al Mundial -que se ha cobrado uno de los índices de lesiones musculares más elevado que se recuerda, la baja de puntales como Reus, Thiago , Walcott, Gundogan, Strootman, Falcao, Víctor Valdés, Rafael van der Vaart o Montolivo, y el baile en la cuerda floja previa a una grave lesión de rodilla de, entre otros, Cristiano Ronaldo-, el estudiado y tradicional tamaño del césped -alto, buscando mayor lentitud en el desplazamiento de la pelota y más desgaste en el apartado muscular- y la extrema diversidad de climas que conforma el paso de la competición por el frío sureño, el ambiente tropical costero y la influencia de la selva amazónica, esbozan un escenario donde ha de primar el físico y el cansancio eleva su relevancia en el transcurrir de la competición hasta obtener el papel protagonista de la escena.

El contexto social ejerce de gris envoltorio a un guión futbolístico que reniega con deliberada vehemencia pragmática de la alegría con que Brasil enamoró a cualquiera que se acercara a este deporte tumbando a Italia en México ´70, con un hito histórico en la concepción ofensiva del balompié, alineando a cinco fantasistas centrados en la genialidad técnica y arrancar el asombro de la tribuna: Pelé, Rivelino, Jairzinho, Gerson y Tostao. La sonrisa generadora de ilusión desde la favela hasta Maracaná -al estilo de Mane Garrincha, apodado Alegría do povo, que embrujaba con su regate a 100.000 espectadores y, de regreso a casa, compartía cancha de tierra con amigos del barrio con cervezas de por medio- queda arrinconada por decisión de Luiz Felipe ScolariFelipao ha establecido una zaga rocosa que entrega su aspiración ofensiva a la potencia física de su centro del campo (Luiz Gustavo, Paulinho, Ramires) y el virtuosismo de Neymar. La hoja de ruta señala la necesidad de ahogar al rival que se cruce con presión y que jueguen a su favor los condicionantes externos expuestos con anterioridad. Así, España, Alemania o Argentina, principales espadas del torneo, compiten en inferioridad bajo este paisaje. Sin embargo, la calidad llega en avión a este mundial brasileño, por lo que, en la vuelta de la élite máxima de este deporte al país carioca desde el Maracanazo charrúa de 1950, no cabe descartar, de antemano, un triunfo europeo que rompa la estadística que sentencia al viejo continente si el campeonato se disputa en América.

Pero el lodazal de dudas que hierve en esta previa al arranque del Mundial 2014 asoma una certeza: la coherencia entre la mentalización de las fuerzas de seguridad para “limpiar” de protestas que contaminen la fiesta organizada y el planteamiento de Scolari para la seleçao no deja lugar a dudas. La seguridad (en el triunfo) es la prioridad. A pesar de que siempre queda espacio para la sorpresa de tintes utópicos -que cuenta en su lista con la irreverente juventud de férreo físico de la Bélgica de Hazard, Witsel o Lukaku; con el exuberante despliegue colombiano liderado por Juan Quintero, James Rodríguez o Jackson Martínez; con la irreverente, desordenada y potente calidad de Ghana; y con la posibilidad de que un sector del pueblo brasileño descubra un horizonte más allá del 13 de julio- no es tiempo de gestos de cara a la galería. Solo cabe la victoria, con o sin el balón.

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